Por Tomás G. Michel
En el Valle de Merrimack tenemos un sistema de casta implícito, uno que hemos traído de nuestras madres tierras latinoamericanas —como un parásito— en la forma de discriminación. Frases como “Necesitas alisarte ese pelo malo”, “Refina la raza” y “No te pudiste haber buscado un novio más claro”, son proclamaciones que, hasta esta fecha, escuchamos de padres y abuelos sin remordimiento alguno, quienes tienden a ser mulatos y mestizos.
Es llamado Colorismo, al sistema de estratificación por tono de piel, que de acuerdo con Margaret Hunter en un estudio publicado por la revista Sociology Compass Journal, “Privilegia a las personas con tez clara por encima de las de tez oscura en áreas como el ingreso, educación, vivienda y el mercado del matrimonio”. Aunque el racismo abarca el colorismo, el anterior tiene la peculiaridad de ser practicado dentro de la misma comunidad o grupo étnico, con el fin de ejercer poder o supremacía; y uno de los grupos en el que se puede observar este fenómeno es dentro de la diáspora latina en los Estados Unidos.
El estado de Massachusetts, que posee una población de 6,902,149, cuenta con un 12% de latinos identificados (un estimado de 800,000) residiendo en la aquí en 2018, de acuerdo con el Censo de los EE.UU. Asimismo, demógrafos de la misma agencia proyectaron, que dado que las muertes sobrepasan los nacimientos dentro de la población anglo en más de la mitad de los estados, se espera que esta población disminuya a menos de 50% para el 2045 (25 años a partir de hoy); por tanto, convirtiéndose así en una minoría en el país, de acuerdo a un artículo por Sabrina Tavernise, publicado el 20 de junio del 2018 en el New York Times. Como resultado, los latinos se convertirán en la minoría mayoritaria de los EE.UU., haciendo necesaria la discusión a profundidad, de como el desarrollo integral de una persona puede ser afectado por la cantidad de melanina que reside en su piel, en pleno 2019.
Luego de leer el libro de Albert Memmi Retrato del Colonizado, uno puede concluir de manera razonable que primero, el colorismo es un fenómeno que afecta a las pasadas colonias y sus poblaciones; segundo, que está intrínsecamente interconectado con la relación de interdependencia de ex colonizadores y ex colonizados; y por último, que agrega un valor positivo a las tonalidades de piel más claras, heredado del imperialismo y hegemonía de Europa.
En una conversación con la escritora puertorriqueña Yolanda Arroyo Pizarro —mi mentora de escritura — ella comenta, “Una de mis estudiantes universitarias de primer año, aún no sabe como lidiar con el rechazo que su padre de piel oscura recibe (dentro de la familia) por parte de su lado maternal quienes son claros en predominación. Incluso, conozco de un caso de una jovencita que quería blanquear su piel con tanto fervor, que usó detergente de cloro, en un intento por lógralo.”
Ser negro y latino en los Estados Unidos es una bendición con doble carga.
Cuando la gente ejerce colorismo, no entiende de manera consiente el impacto de su comportamiento. Por eso se puede observar personas de color identificándose a sí mismas, como teniendo color de piel clara, o color de piel oscura, como si dicho acto importara o tuviese una consecuencia concreta. Bueno, de acuerdo con un estudio desarrollado por la Socióloga Amelia R Branigan y publicado en la revista Socius Journal, “Minorías de piel clara son sentenciadas de manera menos severa que las minorías de piel oscura, y el color puede afectar la probabilidad de ser encarcelado, en contexto con el hecho de que 75% de los oficiales policiacos en los EE.UU. son de raza blanca”. De modo que, ¿Podría ser conveniente ser de tez clara como resultado de nuestro sesgo normativo?
La parcialización respecto al color de piel tiene una interesante manera de agregar valor negativo a la tez oscura, cuando es precedida por categorías y aseveraciones que lo promueven. Todo lo que es negativo es negro/oscuro, como lo es la magia negra (comparada a la blanca), un gato negro o incluso la muerte negra (peste bubónica). Por lo que cuando el filme de Marvel La Pantera Negra, dirigida por Ryan Coogler se estrenó en febrero del 2018, lloré sin consolación. Esta película fue una celebración irreverente de la negritud y un galardón a la cultura africana que tenía un largo plazo atrasado. Poseía una apreciación de la belleza negra femenina sin la interferencia de los estándares eurocéntricos. Odas a la riqueza antropológica africana, excluyendo la representación errónea con connotaciones de salvajismo. Y la muestra de una figura de superhéroe a través de un hombre negro, que servía como una representación dignificada de todos los hombres negros alrededor del mundo.
Después de haber visto el filme, por primera vez en mi vida sentí una alegría sobrecogedora respecto a quién era. Un chico del caribe, con un trasfondo genético de tres grupos étnicos: español, taíno y africano sintiéndose celebrado en totalidad. Luego de ver ese filme, ya no sentía la necesidad de blanquear, encalar o alizar esa parte de mí que se me había enseñado a esconder y disfrazar. Desde febrero —mes de la historia negra— del año pasado, comencé a sentirme orgulloso de mi ancestría africana. Más que empoderado, quería convertirme en embajador de la plataforma de la cultura negra. Y aunque a diario recibimos mensajes de la media que devalúan nuestros tonos oscuros, invito a los lectores a buscar de manera activa, formas para sentirse orgullosos de la expresión genética que hemos heredado de la madre África.
Igual que Rosa Parks no obedeció la orden de moverse a la parte de atrás del autobús en el 1955, yo no he de seguir actuando como si el colorismo en nuestra comunidad debería continuar siendo parte de la norma cultural. Seguiré tratando de exterminar ese fukú que sigue las comunidades hispanas donde quiera que van.