Por Jesús Domingo Martínez
El Estado de Nueva York ha aprobado una ley que sustituye a la anterior, por la cual se permite el aborto durante todo el embarazo. Sí, hasta los nueve meses, siempre y cuando la salud de la madre esté en riesgo o el feto no sea viable. La ley, para más escándalo, permite practicar ciertos abortos a profesionales sanitarios que no tienen el título de médico. Un horror.
Para más inri, los senadores neoyorquinos lo han celebrado a base de bien, con palmas y aplausos, una ola de alegría llenaba la cámara de esos representantes. Un horror.
El obispo Robert Barron , auxiliar de la diócesis de los Ángeles, ha calificado este teatro como “escena del infierno”. Su artículo describiendo esta celebración y las consecuencias de la ley, es de una altura moral e intelectual digno de todo un líder de la Iglesia católica. Copio algunos párrafos:
“Fue la celebración la que fue particularmente irritante. En el 46 º aniversario del caso Roe v. Wade. En la decisión, el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, promulgó un protocolo que otorga acceso prácticamente ilimitado al aborto, permitiendo el asesinato de un niño por nacer hasta el momento del parto. A raíz de la ratificación, los legisladores y sus partidarios gritaron, gritaron y aplaudieron, una manifestación deprimente similar al júbilo que se desató en Irlanda cuando el referéndum que legalizó el aborto se aprobó el año pasado (…) Pero ¿quién puede dejar de ver lo que está en juego? Si un niño, que yace pacíficamente en una cuna en la casa de sus padres, fuera brutalmente asesinado y desmembrado, todo el país estaría indignado y reclamaría una investigación del asesinato. Pero ahora la ley de Nueva York confirma que ese mismo niño, momentos antes de su nacimiento, descansando pacíficamente en el vientre de su madre, puede, con total impunidad, ser separado con unas pinzas. Y la policía no será convocada; más bien, parece, el asesinato debería ser una cuestión de celebración”.