Por Agustín Pérez Cerrada
“Hoy hay que sembrar la tierra / para tener fruto el día de mañana”, son los dos primeros versos de la invitadora canción de John Ray, con este mismo título.
Como ciudadanos, nos importa tanto el presente que vivimos, como el futuro que soñamos; tanto desde el punto de vista de la vida personal, como desde la perspectiva de la sociedad que nos acogerá en ese futuro. Sabemos que las acciones del presente nos llevan al futuro; pero no todas las cosas están en nuestras manos. Embarcados en la nave nacional, es del todo necesario conocer a aquellos que llevan o llevarán su timón, y el rumbo que la nave seguirá en el proceloso mar de la crisis económica y, sobre todo, de la crisis moral y social que estamos viviendo. Aquí, cada uno puede aportar algo. El camino es largo y afecta también a la familia, ya que no vivimos aislados.
El pensar en nuestras acciones u omisiones del presente, me trae el recuerdo de la excelente película de Frank Capra “¡Qué bello es vivir!”, y la escena de tal película en que el Angel de la Guarda del protagonista (James Stewart) le hace pasar la película de la vida de lo que hubiera acontecido si él no hubiera intervenido. Quizá nuestros actos no tengan tanta relevancia como el protagonista del film, pero sin duda contribuirán a forjar el futuro, al menos en el entorno cercano.
En política, se hacen promesas, se pretenden realidades nuevas, pensado más en los partidos políticos que se tienen enfrente que en la realidad. Hay un esfuerzo por diferenciarse, por marcar fronteras ideológicas, y aún por aniquilar al contrario. Algunos voceros de partido nos hablan de cambio, y no es sorprendente que así sea, dado que los ritmos de la vida y de la actividad humana ya nos los van marcando e imponiendo en los acontecimientos: lo vemos cada día. Otra cosa es que no se definan los términos de ese cambio propuesto, o hacia dónde se encaminan realmente tras la aparente utopía; y otra cosa es que esas propuestas disuelvan la realidad existente. Todo cambio tiene su punto de partida y su punto de llegada: la inmediatez es un huracán que barre por donde pasa.
Los políticos nos ofrecen metas cortas, y aun estas, con frecuencia, se presentan como disolventes ya sea del estado actual de la sociedad, ya sea de la unidad de la nación. El sometimiento de las decisiones de la gestión pública a la línea política del partido que las dicta, distorsiona el bien común. En alguna ocasión se dirá que se lucha contra los intereses de grupos económicos o de presión, pero el resultado es que hay demasiados intereses partidistas que afectan al resultado final; o, dicho de otra manera, que con esas decisiones se trata de conseguir el poder para imponer el cambio social que persiguen.
Ante esas propuestas de cambio, cabe la pregunta ¿Qué tipo de país queremos dejar a nuestros hijos, a quienes nos sucedan? Esta pregunta, la misma que a veces nos hacemos con relación al medio ambiente, ya que en este campo se ve directamente la respuesta a la acción humana sobre el paisaje, nos la podemos hacer también —como ejercicio de responsabilidad intergeneracional— con relación a la integridad de la patria, a la calidad del trabajo, o a los valores en los que se educa a nuestros descendientes.
En la vida pública se percibe falta de concordia para grandes proyectos sociales y políticos, y, por contra, se ve la búsqueda del interés inmediato. No hay diálogo, faltan acuerdos, por costosos que sean a veces, y se vive en competencia. El poder es lo que se persigue, y no el interés general que todos dicen buscar. Por ello, porque nos importa el presente y el futuro, es prudente conocer la calidad del percal que nos quieren vender, buscando la realidad debajo de floridas palabras. Decía al principio que las acciones del presente nos llevan al futuro; ahora añado que también las omisiones o las dejaciones contribuyen a nuestro futuro, en el que otros harán lo que nosotros no hagamos.