Espiritualidad ecológica
Por Tomás Núñez, ThD
Retos ético-sociales de la ecología. Cuando hablamos de espiritualidad pensamos en una experiencia de base omnienglobante, con la cual se capta la totalidad de las cosas, exactamente como una totalidad orgánica cargado de significado y de valor.
Originariamente, espíritu de donde viene la palabra espiritualidad es la cualidad de todo ser que respira. Por lo tanto, es todo ser que vive, como el ser humano, el animal y la planta, pero no solo eso, la tierra entera y todo el universo son vivenciados como portadores de espíritu, porque de ellos viene la vida, proporcionan todos los elementos para la vida y mantienen el elemento creador y organizador.
Espiritualidad es la actitud que pone la vida en el centro, que defiende y promueve la vida contra todo mecanismo de disminución, estancamiento y muerte. En este sentido lo opuesto a la vida no es cuerpo sino muerte. Tomado en su sentido amplio de muerte biológica, social y existencial (fracaso, humillación, opresión.)
Alimentar la espiritualidad significa estar abierto a todo lo que es portador de vida, cultivar el espacio de experiencia interior a partir del cual todas las cosas se ligan y se religan, superar los comportamientos estancos, captar la totalidad y vivenciar las realidades más allá de su factibilidad opaca y muchas veces brutal, como valores evocaciones y símbolos de una dimensión más profunda.
El hombre/mujer espiritual es aquel que percibe el otro lado de la realidad, capaz de captar la profundidad que se revela y vela en todas las cosas y que consigue entre ver la relación de todo con la última realidad.
Espiritualidad parte no del poder, acumulación o interés, sino de la razón emocional, sacramental, simbólica nace de la gratuidad del mundo, de la relación inclusiva de la conmoción profunda, del movimiento de comunión que todas las cosas mantienen entre sí, de la percepción del gran organismo cósmico empapado de huellas y señales, de una realidad más alta y más última.
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