Por Agustín Pérez Cerrada
En nuestra sociedad nos encontramos con una paradoja: de una parte el individualismo reinante que debilita el desarrollo y la estabilidad de los vínculos entre las personas, incluidos los lazos familiares, y de otra la presencia de la palabra diálogo como ‘solución’ a todos los males en la vida pública. Solo que en este caso se utiliza como táctica para vencer al otro.
El diccionario de la RAE define la palabra diálogo como: “Plática entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos”; y, bajo otra acepción: “Discusión o trato en busca de avenencia”. Es evidente que existe un déficit de diálogo, ya sea entre los personajes públicos, entre padres e hijos, entre maestros y alumnos, o entre la administración y los ciudadanos.
Señalemos algunas características de este arte, que a veces puede ser difícil, a causa de la subjetividad y la defensa del propio interés:
- Cultivar la Escucha: Se escucha para comprender, ya que sin actitud de escucha no hay diálogo: a lo más, monólogos yuxtapuestos. Estar dispuesto a escuchar lo que el otro está diciendo y tal como lo está diciendo: ‘qué se dice’, ‘cómo se dice’, ‘quién lo dice’. La experiencia demuestra que necesitamos ejercitarnos en el arte de la escucha, que es más que oír, y que nos ayuda a encontrar el gesto y la palabra oportunos.
- Claridad en la exposición: uso de la razón para exponer el criterio personal, con sentido positivo que genere cercanía y encuentro con el otro; lejos de cualquier imposición de la opinión propia, y sin aceptar la imposición ajena.
- Ponerse en el lugar del otro: en un paso más de la escucha, se trata de ver la materia de conversación desde el punto de vista del otro. Con frecuencia oímos con el filtro del propio punto de vista, preparando argumentos para rebatir, sin prestar la atención debida a los valores que hay detrás de los argumentos expuestos. En las cuestiones opinables, saber ceder la razón al de enfrente. Pensar distinto no debe impedir el diálogo.
- Revisión del propio planteamiento: escuchado el otro, valorada su posición, estar dispuesto a modificar los propios criterios, si lo aportado lo merece: flexibilidad. De alguna manera, el diálogo es un filtro para valorar la propia posición y quizá para reafirmar los criterios personales: las aportaciones ajenas también pueden ser valiosas.
- Humildad: en ese aporte de ideas que el diálogo va incorporando, es bueno estar dispuesto a reconocer lo que haya de corregirse, sin empecinarse en lo propio. Es un acto siempre difícil, unido a la honestidad, pero cabe que aporte una visión más clara de la realidad. La misma virtud llevará a defender con claridad las propias posiciones cuando sea necesario.
- Veracidad: referida a la realidad. Exposición clara y sincera de la posición, sin dobleces, en un ambiente de confianza mutua, sabiendo que no todas las opiniones son equiparables, y que existen verdades que hay que saber transmitir. Todo ello presidido por una justa correspondencia.
Sinónimos del instrumento de comunicación que es el diálogo son los términos: coloquio, conversación, charla, plática, discusión, entrevista, y debate; si bien cada uno de ellos tiene sus matices particulares: desde la amable conversación hasta la acalorada discusión. El acuerdo, la avenencia o el consenso que pueden resultar del diálogo son fruto de la habilidad de los dialogantes, de la solidez de sus argumentos y de su ajuste a la realidad. El relativismo que lleva a pensar que todas las ideas tienen el mismo valor, es un error a desechar; como hay que descartar el ‘falso consenso’ tan practicado en la política, resultado de un talante ‘cuasi mercantil’. El sentido crítico ayudará a navegar en este proceloso mar.