Un punto de vista Por Paul V. Montesino

Una experiencia violenta.

Un punto de vista © 1996

Por Paul V. Montesino, PhD, MBA, CSP.

 

La violencia es una larga aberración del comportamiento humano que a veces tiene lugar en los lugares más extraños en los momentos menos esperados. El quince de septiembre de 1947, en Marianao, una ciudad al oeste de La Habana, Cuba, yo estaba listo para volver a casa en mi autobús escolar al final de nuestra jornada en el Colegio de Belén, mi escuela primaria Jesuita, cuando escuchamos disparos, cientos de ellos.

Anónimos pistoleros disparaban contra un rival político llamado Emilio Tro que vivía cerca en la calle 64.

Nuestros autobuses tuvieron que salir por una salida trasera que conducía a La Lisa, un barrio cercano, para evitar los tiroteos. Murieron el político Emilio Tro y una señora llamada Aurora Soler, que estaba embarazada.

Ese período de violencia continuó después de la elección de Carlos Prío Socarrás como presidente en 1948, su derrocamiento por Fulgencio Batista en 1952 y, finalmente, la revolución marxista de Fidel Castro en 1959 hasta nuestros días. La violencia no tiene cabida en la política. Nunca se sabe a dónde puede llevar. La violencia no es política, es criminal.

Cinco años más tarde, alrededor de 1953, tratando de facilitar un poco mi asistencia a Belén, mi familia se mudó a la misma calle 64, ahora llamada calle Emilio Tro en memoria de las víctimas de los asesinatos. Nos hallábamos a tres cuadras de la infame casa que aún mostraba los agujeros de las balas del ataque criminal.

Movamos el reloj a diez años después.

El miércoles 13 de marzo de 1957, yo era el miembro más joven de un equipo legal de una subsidiaria del Banco Nacional de Cuba que estaba organizando una emisión de bonos de varios millones de dólares con la intención de apoyar un enorme proyecto para actualizar al sistema ferroviario cubano.

Después de finalmente cruzar las tes y poner los puntos sobre las íes en el complicado documento de bonos, todo lo que necesitábamos era el imprimátur del Departamento Nacional del Tesoro. El presidente de la república, Fulgencio Batista, era la única persona autorizada para comprometer esa gran inversión.

Una vez que estampara su firma y sello presidencial en el documento, las agencias de valoración de bonos lo aprobarían y los bancos y los inversores individuales con mucho dinero podían comprar los bonos con la confianza de que pagarían el capital y los intereses.

Como recompensa simbólica por mi participación técnica en el proyecto, yo era también estudiante universitario de negocios, tuve el honor de llevar el documento al palacio presidencial para la firma del jefe Ejecutivo.

Cuba vivía un período de frecuentes actividades violentas. En noviembre de 1956, Fidel Castro y sus seguidores cercanos habían desembarcado en una playa de la provincia de Oriente con la intención de derrocar al gobierno de Batista, un plan que entonces no contaba con suficientes creyentes.

Tomé un autobús al palacio presidencial llevando mis documentos en un sobre manila y llegué al palacio ubicado en el número 1 de la calle Refugio alrededor de las tres de la tarde de un día caluroso.

Me acerqué a la impresionante entrada del edificio donde un soldado armado me detuvo y me preguntó sobre el propósito de mi visita. Le expliqué lo que quería, le entregué mi sobre y él selló y firmó una copia de la carta de presentación como prueba de mi entrega. Luego me di la vuelta y me fui.

Minutos después, cuando me dirigía a unas dos o tres cuadras del palacio a las oficinas del Banco Nacional de Cuba en la calle Cuba 402, una camioneta que se anunciaba como empresa de entrega de flores en el exterior, se detuvo frente a la entrada principal del palacio. Las puertas traseras de la furgoneta se abrieron de par en par y diez o doce hombres armados, con rifles y otras armas, descendieron de la furgoneta, disparando y matando al guardia que yo acababa de conocer y entrando en el palacio con la intención de matar al presidente.

Escuché el alboroto y seguí mi camino; Esta vez con miedo de perder la vida corriendo como loco y pude llegar a mi destino antes de que los militares contuvieran la violencia en el palacio y protegieran al presidente. Todos los atacantes murieron y el presidente Batista sobrevivió escondiéndose en un ascensor cerrado en el segundo piso del edificio. También se dice que llevaba consigo su pistola para protegerse.

Ese día, una docena de opositores políticos de Batista que no tenían nada que ver con el ataque murieron a manos de miembros del ejército enfurecidos. Eso incluía a líderes estudiantiles y candidatos a cargos políticos. Es seguro decir que tal baño de sangre abrió las puertas a la eventual victoria de los rebeldes castristas que aún luchaban en las montañas de Oriente. Debo agregar que la violencia se convirtió en una característica frecuente, oficial o no, de la vida política cubana hasta nuestros días.

Utilizo esta experiencia personal como introducción a la referencia del reciente atentado contra la vida de Donald J. Trump, ex presidente de los Estados Unidos y actual candidato republicano a las elecciones presidenciales de noviembre. Los cientos de personas que presenciaron el tiroteo, incluidas las pocas que fueron víctimas del tirador, vivieron una experiencia similar a la mía hace años. Nunca olvidé lo que viví; Los sobrevivientes recordarán la suya por el resto de sus vidas. Llevamos esos recuerdos como una vieja herida.

No estoy tratando de comparar la frecuente violencia sangrienta en Cuba con el comportamiento de un tirador irracional que intentó acabar con la vida de uno de nuestros políticos más conocidos. Lo que estoy tratando de hacer es recordarles a mis lectores que la violencia política no es política, es criminal. Una vez que concebimos la posibilidad de que matar a un oponente o a una figura conocida está bien, también estamos contribuyendo a la violación del comportamiento humano básico. Desgraciadamente, una vez que la mente piensa tal repulsión, no puede ser impensada. La distancia entre el pensamiento y la ejecución es corta.

Depende de nosotros, todos nosotros, republicanos, demócratas, independientes o apolíticos, mantener nuestras conversaciones a un nivel respetuoso. Las redes sociales tienen que seguir siendo sociales, no antisociales. Personalmente, no acepto los mensajes políticos de las redes sociales de ninguno de los dos lados del espectro político. Todos son spam para mí. Las víctimas tienen cónyuges, padres, hermanos e hijos. Son, en resumen, humanos. Y seríamos inhumanos si atendemos a cualquier comportamiento que no lo sea.

Y ese es mi punto de vista hoy. Agur.

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