Por Ismael Rondón
Aunque la expresión que sirve de título al presente artículo no es nueva, y en el ámbito político goza de gran popularidad, muchas personas desconocen su significado, o cuando menos, son incapaces de asociarlo con los hechos que tienen lugar en el acontecer diario. Casi idéntica a la que erróneamente es atribuida al político y escritor italiano del renacimiento Nicolás Maquiavelo –en el “no” después de “fin” radica la diferencia-, la frase que nos ataña hace alusión a la coherencia ética que debe imperar entre las metas que nos proponemos alcanzar y los medios o herramientas que empleamos para lograrlo. Es decir, que el logro de algo bueno no debe cimentarse sobre acciones cuestionables; que no es ético alcanzar metas loables mediante acciones espurias.
Hoy en día, a pesar de crisis de valores por la atraviesa la sociedad, este concepto aún se considera un principio rector; y a diario vemos ejemplos en todos los ámbitos de nuestra vida que así lo avalan. En los deportes, por ejemplo, cuando se descubre que para ganar, el atleta recurrió al consumo de sustancias prohibidas o a la comisión de acciones fraudulentas, el título le es retirado. En los negocios, el comerciante que engaña a sus clientes para aumentar sus beneficios, una vez descubierto, debe devolver lo obtenido y compensar a sus víctimas.
Así mismo, en la esfera política, si se descubre que el candidato triunfó gracias al fraude, su victoria es anulada. Y lo mismo ocurre en el ámbito académico cuando se descubre que el estudiante aprobó la asignatura gracias a que plagio el trabajo de su compañero: su calificación es invalidada. Pero lo que ocurre en el ámbito jurídico es aún más ilustrativo: si para obtener la condena se recurrió a métodos ilegales, la misma se deja sin efecto y el imputado, aunque haya cometido la infracción, es exonerado de los cargos.
Sin importar que tan nobles sean las metas, cuando se alcanzan gracias al empleo de medios incorrectos, carecen de méritos, o cuando menos, pierden casi todo su valor. No importa cuánto bien haga la obra, si para realizarla tenemos que saltarnos las reglas, sus méritos estarán minados.
Conducirse sin apego al código ético que supone la referida máxima y actuar creyendo que la bondad de nuestras metas nos redime de la pena que merecemos por cualquier transgresión que hayamos cometido para conseguirlas, es, entre otras cosas, peligroso, nocivo y contrario a todas las normas que regulan y hacen posible nuestra vida en sociedad. Nuestras buenas obras no pueden eximirnos de la responsabilidad de los actos opuestos a las buenas costumbres y las leyes que hayamos cometido para conseguirlas.
Es por eso que los gobiernos tiránicos, a pesar de mantener un bajo índice de delincuencia y de corrupción, son repudiados, pues para alcanzar una meta tan noble -casi imposible en países democráticos- emplean como medio la abolición de los derechos de las personas. La reducción de los robos, los asesinatos y cualquier tipo de crimen constituyen un buen fin, pero cuando se logran mediante el irrespeto a la libertad de tránsito, la violación de la privacidad y el derecho a tener un juicio justo, entre otras conculcaciones, entonces dicha meta no solo carece de mérito, sino que es preferible no alcanzarla. Si el fin justificara los medios, entonces los gobiernos autoritarios gozarían de gran apoyo popular a lo interno y externo de sus territorios. (Quienes conocen la historia de los países de América Latina están en mejor disposición de entender esto.)
En el ámbito político, más que en cualquier otro, una buena obra no debe nunca justificar el empleo de métodos inapropiados para conseguirla; esto es sumamente pernicioso para cualquier pueblo. Si para “trabajar rápido” en pos del progreso de una ciudad –lo cual, sin dudas, es una meta loable- hay que evadir el cumplimiento de algunos procesos establecidos constitucionalmente y de paso irrespetar y atropellar a su cuerpo legislativo, es mejor no hacerlo, pues por mucho que se pregone que se prospera al emplear esos medios, no es así: no se avanza de esa manera…. se retrocede. Ni el deseo de “trabajar rápido” ni ninguna otra buena intensión puede excusar el irrespeto al estado de derecho, pues el fin… nunca justifica los medios.
Este artículo representa la opinión del autor y no la del periódico. Rumbo acepta puntos de vista opuestos con el mismo respeto.