Muriendo por una tarjeta de navidad.
Un Punto de Vista ©
Por Paul V. Montesino, PhD, MBA, CCP.
Basado en “Cartero… Por favor, escríbale una carta de Navidad,” una
Historia de Pedro Pablo Montesino Sánchez (1909-1995.)
(Editado y adaptado por Paul V. Montesino, PhD, MBA)
Aquella viejecita, con sus cabellos blancos y su mirada triste, estaba todos los días, desde horas tempranas, junto a la acera de su casa, esperando al cartero. ¡Esperaba una carta!
Cuando desde lejos se veía la imagen uniformada y escuchaba el silbato del empleado de correos anunciando a los vecinos su presencia tan deseada por todos, el rostro de la anciana se llenaba de alegría, de esperanzas. Aquel hombre seguramente le traía hoy el mensaje que ella esperaba con ansias desde hacía tiempo.
Cuando el cartero se acercaba, la anciana vibraba de emoción; su corazón latía aceleradamente. Era como un soplo de nueva vida que llenaba todo su ser. Allí, en aquella bolsa que colgaba del hombro del cartero, vendría la misiva esperada, el mensaje de alivio, la alegría metida en un sobre. Y el cartero, al llegar junto a la viejecita, siempre repetía las palabras amargas de días anteriores: “Señora, hoy no traigo carta para usted.”
La anciana, al ver defraudada sus esperanzas, fruncía el ceño, dibujándose en su rostro el dolor y la desesperación. De sus ojos, casi apagados por los años, brotaban las lágrimas. Y sus manos, huesudas y temblorosas, hacían las veces de pañuelos. La carta que esperaba no vino tampoco ese día. Y la viejecita, toda hecha amargura, volvía al cuarto que le servía de refugio, para esperar la mañana siguiente, el nuevo día, en que tal vez recibiría la carta de su hijo, que siempre esperaba con ansias y amor de madre.
Así fueron pasando los días y siempre aquella pobre vieja, bajo el sol de la mañana, esperaba al cartero y recibía de éste la misma desagradable respuesta: “Señora, hoy no traigo carta para usted.” Y mientras las ramas y las hojas del árbol de Navidad se marchitaban, se desfloraban también las esperanzas de esta madre.
Y era que la carta esperada no podría venir nunca. El hijo que ella tanto quería estuvo envuelto en las luchas revolucionarias y un día cayó para siempre frente al paredón de fusilamiento. Y la madre, en su fe eterna, lo creía lleno de vida, en otro país tal vez, alegre y feliz como el día que le dio el beso de despedida. Por eso esperaba todos los días la carta que nunca llegaba… la carta que jamás llegaría la tarjeta simple navideña que ansiaba.
Un día, en horas de la mañana, la viejecita no esperaba al cartero como de costumbre. Los vecinos, al no verla junto a la acera, fueron en su búsqueda al humilde refugio donde vivía.
La encontraron enferma… muy enferma y llorando. En la casi inconsciencia que la alta fiebre le producía, la anciana solo clamaba por una carta, la carta que esperaba de su hijo.
Los vecinos la atendieron con todo cariño. Uno de ellos fue hasta la acera, se situó en el mismo lugar que la anciana ocupaba todos los días y esperó allí pacientemente la llegada del empleado postal; este venía alegre como siempre; tocando su silbato y con un montón de cartas en las manos…
- ¿Hay carta para la viejecita que lo esperaba a usted todos los días?—le preguntó el vecino.
- No; tampoco traigo carta para ella en el día de hoy; ¿y la viejecita?; ¿Qué le pasa que no me espera?
- Está enferma; muy enferma; delirando. Hace falta algo que le anime y solo usted podría ayudarla.
- ¿Yo? ¿De qué manera?
- Escríbale, Cartero, por lo que más usted quiera: ¡Escríbale una carta! ¡Hágale una postal de Navidad!
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Nota: Desde los años cuarenta hasta los setenta del siglo pasado, Pedro Pablo Montesino, que mis lectores han sospechado correctamente era mi padre, fue un escritor prolífico de varias organizaciones periodísticas escritas, radiales y televisoras de Cuba. Esta historia la publicó en Hialeah, Florida, en los años sesenta como homenaje a las madres que sufrían entonces, sufren todavía, la tragedia política cubana que las separaban de sus hijos.
Yo escogí y edité este artículo para publicación con el objetivo de reconocerle su importancia no solamente en el campo periodístico en que Pedro Pablo Montesino se desenvolvió sino la fortaleza moral de su filosofía política y su efecto en mi carrera de escritor también. Un hombre que publicó en tantos medios de comunicaciones se sentiría orgulloso e impresionado de ver sus pensamientos resucitados navegando a través de la supercarretera milagrosa del Internet. Estoy seguro de que, la esperara o no, ahora él recibió su carta. Los escritores no mueren hasta que su última historia se olvida.
Tengan unas festividades y nuevo año feliz. ¡Y no dejen de enviar su carta! O mejor, llamen a su viejecita si vive o envíenle el mensaje de una oración si no.
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