Un punto de vista Por Paul V. Montesino

Un punto de vista © 1996
Las Memorias se hacen así.
Por Paul V. Montesino, PhD., MBA, ICCP

En mi último artículo, comenté mi joven experiencia con el teatro y el triste final de la vida de mi amigo de escuela Javier en manos de criminales militares cubanos en diciembre de 1958.
En estos días, si visita Belen High School en Miami, Florida, puede ver su Muro de los Mártires con una foto de Javier y su biografía, entre otros considerados mártires por los jesuitas que dirigen la escuela. La vida se trata de vivir y morir, pero no es necesario hacerlo tan trágicamente.
Pero la historia es complicada. Puede que no la recordemos, pero la Historia ciertamente nos recuerda a nosotros. El problema es que nuestro olvido puede no parecer tener consecuencias, pero la memoria de la Historia ciertamente sí.
El 10 de marzo del mes pasado, fuimos testigos mudos del septuagésimo aniversario del golpe de Estado del general Fulgencio Batista contra el entonces presidente Carlos Prio Socarras, un jefe de Estado debidamente electo que tuvo que dejar su cargo y su país. El hecho de que tal indignación pudiera tener lugar solo unos meses antes de que se celebraran elecciones generales lo empeoró legal e históricamente.
No creo que tenga el tiempo ni la necesidad de enumerar en este artículo las consecuencias de esa violación de la integridad de Cuba. A menos que haya estado viviendo en Marte esperando que llegue la próxima cápsula espacial de Jeff Bezos, estoy seguro de que ha leído o escuchado sobre los últimos setenta años del legado de Batista en Cuba. Hay un viejo dicho que dice algo así: “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que pueda soportarlo.” Digo que setenta años está lo suficientemente cerca.
Los gobiernos de los Estados Unidos en ese momento no volvieron sus rostros oficiales para evitar mirar tal violación histórica en su vecindario de la inclinación de Estados Unidos por los principios democráticos. Hasta el presidente Dwight D. Eisenhower apartó su verdadero rostro de Batista en la Conferencia Del hemisferio occidental de Panamá el 22 de julio de 1956, el presidente cubano estaba convencido de que no podía hacer daño cuando se trataba de Washington.
Nuestro amigo Javier fue solo una de las víctimas que cayeron bajo el régimen de Batista como cientos y miles de otros lo hicieron bajo la dictadura de inspiración comunista de Castro que siguió.
Compartí con ustedes mi propia experiencia el 13 de marzo de 1957 no hace mucho, cuando mi inocente visita al palacio presidencial para entregar un documento oficial coincidió por solo minutos con la llegada de una decena de guerrilleros armados que invadieron el palacio en busca de Batista para matarlo. Cuba se fue por el proverbial desagüe después de ese ataque y las vidas que antes eran baratas se volvieron desechables después.
Según el Miami Herald, “más de cuarenta y seis mil cubanos, la mayor ola en años, han llegado a Estados Unidos en cinco meses”, con la mayoría llegando a la frontera entre Estados Unidos y México tratando de cruzarla.
El 10 de marzo de 1952 fue el comienzo histórico. Hoy el éxodo no tiene fin. Estamos hablando de los nietos de quienes vivieron el golpe de Estado. No sé quién está recordando, la Historia o nosotros, pero realmente no me importa; es doloroso igualmente.
Y ese es mi punto de vista de setenta años hoy.

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