Sr. William Lantigua,
Ex alcalde de la Ciudad de Lawrence
Apreciado William,
Los más próximos a usted le dicen “Willy”, no tengo tal confianza para llamarle así, aunque reconozco que la primera vez que le conocí fue tan auténtica como surrealista. Recién llegado de Minnesota, estaba paseando por la Essex St. cuando usted se parquea en la acera, saluda a varias personas y acto seguido saca de la cajuela de su vehículo una mesa de dominó la cual coloca en la misma acera. Sin conocerme, me preguntó si juego dominó, le contesté que sé poner fichas y como si fuésemos “viejos frentes” jugamos contra todos los que vinieron en esas horas que pasamos, colocando doble seis y diciendo “dómino”.
En nuestra conversación la cual teníamos entre “barajadas de fichas”, supe que era el representante estatal por el distrito 16, y a su vez me presenté como el sacerdote que había llegado para trabajar con la comunidad hispana en Grace Church. Recuerdo invitarle a la Misa y su respuesta fue la de un auténtico político, “Sí, cuando tengan algo especial, me invitan que yo voy”. El meta mensaje fue directo, sin códigos de lenguaje, estaba frente a un hombre pragmático, donde las verdades ónticas sucumben frente a las realidades cotidianas. Amigo de los religiosos, no así de la religión y desde entonces no me ha sorprendido su pragmatismo.
Cuando decide optar por la candidatura a alcalde, rompió algunos moldes que sin lugar a dudas provocaron escozor, pues no permitió entrevistas en programas de panel en radio o televisión. Su ausencia brilló en algunos de los debates que se dieron entre los candidatos de ese entonces y desarrolló una campaña de puerta a puerta. Sin “límite de tiempo”, no era de extrañar verle a las cinco de la mañana como a las cinco de la tarde tras la captación de votos.
Usted caló en el momento preciso que una parte de la sociedad lawrenciana, quería, sugería y anhelaba una transición, pero por el otro lado había una parte de dicha sociedad que temía a ese cambio, no necesariamente porque usted lo encarnara, sino por esa lucha dialéctica que se da entre clases sociales, aquí se da entre etnias, de clases económicas distintas y anhelos y sueños distintos. Y ese anhelo se palpó a través de la unidad de la mayoría de los candidatos hispanos de ese entonces, la cual giró en torno a su persona.
Algunos esperaban que la unidad circunstancial entre el liderazgo hispano de la ciudad, se cristalizara por medio de la observación de un pacto político tácito, que permitiera no solo la gobernabilidad de la ciudad, sino que permitiera espacio para nuevos liderazgos emergentes, para que el período de transición fuera menos corto, pero como no hay peor cuña que la del mismo palo, las luchas antagónicas se dieron entre norte y sur, como si fuese emulando la Guerra de Secesión Americana.
Su administración se desbordó en un pragmatismo poco común, pero novedoso, el cual usted desarrolló en forma tan valiente como decidida cuando enfrentó a algunas compañías recolectoras de nieve, las cuales arrojaban al Rio Merrimack las nieves recolectadas en diferentes ciudades, contaminando el Rio Merrimack. Tal osadía era una afrenta, y nos develó que estábamos frente a una administración hispana, pero no servil.
Su administración fue de puertas abiertas, su oficina era itinerante, pues las personas podían conversar con usted hasta en el parqueo del City Hall; los puestos inferiores y medios del Cabildo fueron ocupados por hispanos, la criminalidad según reportes, bajó. Se aumentó la recaudación de impuestos y de ser una ciudad cuyo crédito era deficitario, terminó siendo una ciudad que saneó su presupuesto. Todo esto contrastaba con el estilo de vida que muchos lawrencianos querían ver en su alcalde.
Es honesto señalar el respeto que su administración dispensó a los diferentes pastores y líderes religiosos de la ciudad, todos los dirigentes eclesiales que tenían interés de presentar una inquietud, eran bien ponderadas. Es de algunos conocida las aprensiones de ciertos pastores evangélicos de verse involucrados en ningún accionar que contenga ribetes políticos, pero en su caso, algunos llegaron a orar por usted y mostrar verdaderos signos de admiración.
Pero la Alcaldía fue salpicada con “lodo” de todo tipo, estuvo bajo la lupa de la investigación, y como era de suponer el rumor popular fabricó todo tipos de conjeturas y de cargos en contra suya y de sus más allegados colaboradores, tales como malversación de fondos, corrupción, tráfico de influencia, sobornos, entregar el sistema educativo al Estado, entre otras y mientras el albur corría, en muchos casos su respuesta fue el silencio. Solo se escuchó su voz tronar frente al Recall que pedía “su cabeza” a través del plebiscito popular para que usted desalojara la Alcaldía.
Para algunos su silencio frente a los desmanes, las acusaciones y las voces cargadas de denuncias de males que se encendían en su contra, era motivado por un espíritu de prepotencia, bañado en vanidad. Estimo que fueron apreciaciones erróneas, realmente era un verdadero espíritu democrático, poco comprendido el que usted demostró. Entonces la pregunta obligada que me surge es, ¿cómo un hombre con sus cualidades de liderazgo y con unos sufra gantes fieles, los que los politólogos llaman “votos duro” y con una maquinaria electoral poderosa, pierde las elecciones? De esto hablaremos en la parte final de esta carta la próxima semana.