Hay una edad para todo y otra vez, no la hay.

Un punto de vista © 1996

Por Paul V. Montesino, PhD., MBA

A principios de los años sesenta, cuando el incipiente gobierno revolucionario cubano apretaba su control de la sociedad cubana, una que, nuestro acercamiento reciente o no, dura hasta el día de hoy, la pérdida de control parental sobre los menores surgió como una amenaza rumorada. Padres se preocupaban por perder a sus hijos a una filosofía atea imaginándolos volverse contra los principios cristianos que siempre habían deseado para sus descendientes.

Si el gobierno estaba planeando hacer desaparecer realmente esos derechos por ley, denominado autoridad parental, “patria potestad” en las sociedades latinas, los padres estaban dispuestos a tomar pasos drásticos, incluyendo enviar sus hijos solos a los Estados Unidos. Preferían perderlos a través de una dolorosa separación renunciando a ellos que a las fuerzas desconocidas del edicto de un gobierno marxista.

Como resultado de esa pesadilla, la iglesia católica en Miami, FL, construyó un puente a la libertad con una organización que trató de proteger a esos niños. Se llamaba “Operación Pedro Pan”, que del 1960 al 1962 benefició a más de 14,000 niños cubanos no acompañados a los Estados Unidos. El Buró Católico de Asistencia Social y el Departamento de Estado de Estados Unidos encabezaron el programa y colocaron a niños en hogares de acogida o campamentos temporales. Algunos se reunificaron con sus familias en los Estados Unidos, otros no, y la mayoría nunca regresó a Cuba.

Ciertas familias no usaron el sistema de Pedro Pan porque tenían parientes cercanos en la Florida que podían hacerse responsables de los niños, así que el número real de los menores separados eventualmente es pura conjetura. Mi hermana vino sola y se reunió con nosotros en pocos meses y fue atendida por tías y tíos, por lo que no fue una estadística de Pedro Pan. He conocido muchos de esos niños, y puedo atestiguar que sus experiencias y las de sus familias fueron traumáticas y duraron, todavía duran, durante mucho tiempo.

No estoy tratando de juzgar las razones o la motivación para las decisiones tomadas por esos padres, porque los motivos no están necesariamente relacionados con las reacciones de los niños involucrados. Todo lo que puedo decir es que el dedo acusador de la historia señala al gobierno de Castro como la razón y responsabilidad moral de aquella tragedia.

Hoy, las imágenes de las separaciones infantiles llenan nuestras pantallas de televisión y nuestros medios sociales, probablemente con más intensidad porque son parte de nuestras controversias políticas. Esta vez, por supuesto, las razones para las separaciones son diferentes. Estamos mirando a padres refugiados de Centroamérica que no vacilan en tomar riesgos físicos con sus menores hijos con el fin de encontrar una vida mejor en los Estados Unidos y luego se encuentran separados por las leyes de inmigración de la nación.

La motivación de las familias cubanas de Pedro Pan de los años sesenta y de las familias centroamericanas sin Pedro Pan de estos días, es diferente; una apoyada por derechos legales, la otra castigada por violaciones legales de inmigración, pero las víctimas de ambos eventos eran y son niños menores que sólo querían y quieren estar cerca de sus padres.

Los riesgos que enfrentan esos menores son numerosos. A una edad temprana cuando necesitan no sólo comida y refugio, sino también atención médica y psicológica, muchos de esos riesgos podrían convertirse en peligros reales: calamidades climáticas, abuso físico o sexual, acoso por otros niños, la soledad, la lista puede ser larga. Lo que está claro es que la sociedad es moralmente responsable de las vidas de esos menores. No podemos culpar a un partido político en particular, un organismo o funcionario gubernamental o los desesperados padres en particular por esta situación. Como país, Estados Unidos no abandonó a los menores cubanos en nuestras costas, simplemente los recibió con brazos abiertos sin preguntas. Estados Unidos tampoco puede abandonar a estos menores centroamericanos en nuestras costas. ¿no somos capaces de darles la bienvenida sin preguntas también? No digo que sea fácil, todo lo que estoy diciendo es que es correcto y se necesita una respuesta.

Una solución permanente a este problema hoy en día no es más fácil que una solución permanente para las causas de la situación cubana del problema cubano fue en los años sesenta. Los países que pudieron dar un paso adelante para ayudar a los menores de Pedro Pan y no lo hicieron, los miembros de la Organización de Estados Americanos (OEA) fueron los mismos que hoy pretenden que los Estados Unidos protejan a los arribados recientemente de Centro América sin hacer nada ellos mismos. Pero, desde luego, no podemos vacilar. Depende de nosotros, los adultos, profundizar más en nuestras entrañas morales y encontrar una respuesta que nadie ha imaginado porque estamos pensando en nosotros mismos, en los adultos, y no en los niños, como deberíamos.

Y este es mi punto de vista hoy, uno que dejo en sus manos capaces, o ¿no las son?