El domingo anterior, enero 15, el Dr. Martin Luther King Jr.
habría tenido setenta y siete años de edad. Eso no es una edad
extremadamente vieja, pero la posibilidad de que este hombre había
considerado, cuando dijo a los trabajadores de sanidad en Memphis,
Tennessee, en abril 3 de 1968, un día antes de su asesinato: “Como
todo el mundo, me gustaría vivir una vida larga. La longevidad
tiene su lugar. Pero eso no me concierne ahora...” (New York
Times, abril 5 de 1968.) En realidad nunca estuvo concernido.
Esta semana, al igual que cada año hacemos alrededor de la
celebración del cumpleaños del Dr. King en mi universidad,
asistimos a un desayuno bien atendido de recordación por este
hombre. Es una celebración gozosa donde su memoria está descrita
con historias sobre su breve pero fructífera carrera de treinta y
nueve años de vida. Ha habido muchos seres que han viajado a
través de este planeta en varios momentos de nuestra historia
escrita eran faros de esperanza y entendimiento en un océano
sombrío y oscuro de odio y confusión. Esos seres se destacaban
clara y humanamente en nuestra crónica de desarrollo como hitos y
marcas espirituales.
Algunas de esas figuras poseían la naturaleza filosófica de
creencias religiosas que ahora llamamos divinidad o sus
variedades. Aunque seamos o no creyentes, para los Judíos,
Cristianos, Musulmanes, Budistas y Confucianos, entre otros, los
nombres de Moisés, Jesús, Mahoma, Buda o Confucio se destacan
claramente como pilares de cambio para el mejoramiento de la
humanidad y muchos de nosotros pasamos nuestras vidas felices de
seguir sus filosofías. El nombre del Dr. Martin Luther King Jr.
fue ciertamente uno de esos añadidos a la lista, si no como
divinidad, al menos como uno de sus más grandes seguidores.
La Historia ha probado que aquellos de nosotros que han sido
llamados “extraordinarios” no han sido universal y verdaderamente
reconocidos como tales mientras sus contemporáneos viven. El Dr.
King no es la excepción. Es muy fácil para muchos de nosotros caer
en la trampa de mirar a su memoria estrictamente como si fuera un
profeta negro, un líder cívico o un político. No me deja de
maravillar el número de libros, discursos y entrevistas por parte
de algunos que lo conocieron o dicen haberlo conocido y hacen su
aparición en el escenario alrededor de los tradicionales tributos
de enero tratando de obtener un poco de luz en sus “vidas de
quieta desesperación” de la que hablara el escritor Henry David
Thoreau. Y en muchas ocasiones es su humanidad, con manchas y
todo, lo que eso parece dominar los comentarios del momento.
Existen todavía las habladurías insensibles sobre su vida privada,
las investigaciones sospechosas del FBI sobre sus inclinaciones
políticas, y otros asuntos sin consecuencia histórica que murieron
también. Parece que su imagen brilla bajo la luz concentrada por
el proyector manejado por aquellos que lo conocían o creían
conocerlo a él pero no a su alma y su conciencia. Nos limitamos
seriamente, sin embargo, si miramos a este hombre solamente como
un luchador de derechos civiles negros. En el hilo largo de la
historia, los prejuicios, las discriminaciones y los abusos que se
impusieron a los descendientes de esclavos en esta nación y que
ahora llamamos afroamericanos eran muy reales y el Dr. King no nos
dejó olvidarlo. Pero él vio mucho más allá de esa causa. Él sabía
que la discriminación humana contra un grupo era evidencia de
prejuicio humano contra todos los grupos.
Le tocó a este hombre de color ponerse de pie y decir: ¡basta ya!
Como hombres o mujeres blancos nuestras voces no hubieran sido
creíbles porque no habíamos sufrido la inmensidad de esas
violaciones en nuestra propia carne; intelectualmente tal vez
hubiéramos sonado virtuosos, emocionalmente hubiéramos sido una
falsedad.
La causa del Dr. King fue más grande que esa batalla, fue una
guerra sobre principios universales que son tan eternos como la
lucha entre el bien y el mal.
Si usted era un desposeído él estaba ahí para apoyarlo. Si usted
era blanco o negro, hombre o mujer, derecho o gay, él estaba a su
lado en un arco iris de igualdad que emanaba del respeto que nos
tenía como miembros de la raza humana. El Dr. King pudo ser la
reencarnación de los soldados rebeldes o los padres fundadores que
alzaron sus voces contra Inglaterra durante nuestra Guerra de
Independencia; o el espíritu de un Mahatma Gandhi que quería
liberar su tierra india de la esclavitud británica. Él pudo
testificar y oponerse a la pena sufrida por las víctimas del
holocausto en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Pudo haber
tocado a nuestras puertas y conciencias arrematando contra nuestra
apatía frente a la pobreza y la ignorancia. La diferencia hubiera
sido solo una cuestión de los tiempos históricos cuando su corazón
latía.
En todos esos ejemplos, no hubiera tenido piel de color alguna o
voz de un acento específico porque hubiera tenido una piel de
muchos colores y una voz de muchos tonos: las de usted y la mía.
Es así que hoy debemos evitar leerlo erradamente cuando recordamos
esa vida dedicada a otros que evolucionó hacia una mezcla de
heroísmo y un despliego de martirio que ni buscó ni evitó.
Cuando el tiempo transcurra, al igual que lo hagan las vidas de
aquellos que, como nosotros, fuimos testigos de su labor o, como
otros, lo conocieron personalmente, su figura crecerá. Él se irá
aislando en el terreno sagrado de la Historia. Mucho tiempo pasará
después que sus interpretes se hayan ido: familiares, amigos,
simpatizantes, enemigos, todos mezclados en el mundo de los
olvidados o, si acaso, el de los citados. Él quedará atrás y se
mantendrá en pie por sí mismo en los portales donde otros que se
han ido desde hace mucho tiempo ahora se hallan también. Será
entonces que su contribución será reconocida, tal vez por nuestros
nietos y los suyos, posiblemente por un mundo que ignorará las
rutinas mundanas de su vida y se concentrará en la grandeza de su
legado y escuchará al verdadero significado de sus palabras.
Eso ocurrirá tal vez cuando el resto de la humanidad haya
realizado su visión del otro lado de la montaña que todavía no
vemos. Como él dijo: “la longevidad tiene su lugar,” pero nosotros
sabemos que eternidad fue su alternativa. Recordemos al Dr. Martin
Luther King, el hombre de todos los tiempos que tuvimos la suerte
que vivió cuando lo necesitábamos y nos dejó un legado de
esperanza que podemos adoptar para vivir. Pero por encima de todo,
que hayan otros que sigan sus principios y su ejemplo y no con
palabras para los desayunos o los banquetes. La apariencia externa
puede distraer a algunos de nosotros ahora, pero es la forma
interior del alma la que cuenta y esa no tiene y jamás tendrá
color alguno. Y ese es mi punto de vista hoy.
El Dr. Montesino, totalmente responsable por este artículo, es el
Editor de LatinoWorldOnline.com y conferenciante del Computer
Information Systems Department en Bentley College, Waltham, MA.
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