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ARCHIVO: Edición No. 234 | Febrero 1, 2006

Un Punto de Vista
El Dr. Martin Luther King Jr.: El hombre y su legado
Por Paul V. Montesino, PhD
buzonabierto@aol.com

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El domingo anterior, enero 15, el Dr. Martin Luther King Jr. habría tenido setenta y siete años de edad. Eso no es una edad extremadamente vieja, pero la posibilidad de que este hombre había considerado, cuando dijo a los trabajadores de sanidad en Memphis, Tennessee, en abril 3 de 1968, un día antes de su asesinato: “Como todo el mundo, me gustaría vivir una vida larga. La longevidad tiene su lugar. Pero eso no me concierne ahora...” (New York Times, abril 5 de 1968.) En realidad nunca estuvo concernido.
 
 
 

 

Esta semana, al igual que cada año hacemos alrededor de la celebración del cumpleaños del Dr. King en mi universidad, asistimos a un desayuno bien atendido de recordación por este hombre. Es una celebración gozosa donde su memoria está descrita con historias sobre su breve pero fructífera carrera de treinta y nueve años de vida. Ha habido muchos seres que han viajado a través de este planeta en varios momentos de nuestra historia escrita eran faros de esperanza y entendimiento en un océano sombrío y oscuro de odio y confusión. Esos seres se destacaban clara y humanamente en nuestra crónica de desarrollo como hitos y marcas espirituales.

Algunas de esas figuras poseían la naturaleza filosófica de creencias religiosas que ahora llamamos divinidad o sus variedades. Aunque seamos o no creyentes, para los Judíos, Cristianos, Musulmanes, Budistas y Confucianos, entre otros, los nombres de Moisés, Jesús, Mahoma, Buda o Confucio se destacan claramente como pilares de cambio para el mejoramiento de la humanidad y muchos de nosotros pasamos nuestras vidas felices de seguir sus filosofías. El nombre del Dr. Martin Luther King Jr. fue ciertamente uno de esos añadidos a la lista, si no como divinidad, al menos como uno de sus más grandes seguidores.
La Historia ha probado que aquellos de nosotros que han sido llamados “extraordinarios” no han sido universal y verdaderamente reconocidos como tales mientras sus contemporáneos viven. El Dr. King no es la excepción. Es muy fácil para muchos de nosotros caer en la trampa de mirar a su memoria estrictamente como si fuera un profeta negro, un líder cívico o un político. No me deja de maravillar el número de libros, discursos y entrevistas por parte de algunos que lo conocieron o dicen haberlo conocido y hacen su aparición en el escenario alrededor de los tradicionales tributos de enero tratando de obtener un poco de luz en sus “vidas de quieta desesperación” de la que hablara el escritor Henry David Thoreau. Y en muchas ocasiones es su humanidad, con manchas y todo, lo que eso parece dominar los comentarios del momento.

Existen todavía las habladurías insensibles sobre su vida privada, las investigaciones sospechosas del FBI sobre sus inclinaciones políticas, y otros asuntos sin consecuencia histórica que murieron también. Parece que su imagen brilla bajo la luz concentrada por el proyector manejado por aquellos que lo conocían o creían conocerlo a él pero no a su alma y su conciencia. Nos limitamos seriamente, sin embargo, si miramos a este hombre solamente como un luchador de derechos civiles negros. En el hilo largo de la historia, los prejuicios, las discriminaciones y los abusos que se impusieron a los descendientes de esclavos en esta nación y que ahora llamamos afroamericanos eran muy reales y el Dr. King no nos dejó olvidarlo. Pero él vio mucho más allá de esa causa. Él sabía que la discriminación humana contra un grupo era evidencia de prejuicio humano contra todos los grupos.

Le tocó a este hombre de color ponerse de pie y decir: ¡basta ya! Como hombres o mujeres blancos nuestras voces no hubieran sido creíbles porque no habíamos sufrido la inmensidad de esas violaciones en nuestra propia carne; intelectualmente tal vez hubiéramos sonado virtuosos, emocionalmente hubiéramos sido una falsedad.

La causa del Dr. King fue más grande que esa batalla, fue una guerra sobre principios universales que son tan eternos como la lucha entre el bien y el mal.

Si usted era un desposeído él estaba ahí para apoyarlo. Si usted era blanco o negro, hombre o mujer, derecho o gay, él estaba a su lado en un arco iris de igualdad que emanaba del respeto que nos tenía como miembros de la raza humana. El Dr. King pudo ser la reencarnación de los soldados rebeldes o los padres fundadores que alzaron sus voces contra Inglaterra durante nuestra Guerra de Independencia; o el espíritu de un Mahatma Gandhi que quería liberar su tierra india de la esclavitud británica. Él pudo testificar y oponerse a la pena sufrida por las víctimas del holocausto en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Pudo haber tocado a nuestras puertas y conciencias arrematando contra nuestra apatía frente a la pobreza y la ignorancia. La diferencia hubiera sido solo una cuestión de los tiempos históricos cuando su corazón latía.

En todos esos ejemplos, no hubiera tenido piel de color alguna o voz de un acento específico porque hubiera tenido una piel de muchos colores y una voz de muchos tonos: las de usted y la mía. Es así que hoy debemos evitar leerlo erradamente cuando recordamos esa vida dedicada a otros que evolucionó hacia una mezcla de heroísmo y un despliego de martirio que ni buscó ni evitó.

Cuando el tiempo transcurra, al igual que lo hagan las vidas de aquellos que, como nosotros, fuimos testigos de su labor o, como otros, lo conocieron personalmente, su figura crecerá. Él se irá aislando en el terreno sagrado de la Historia. Mucho tiempo pasará después que sus interpretes se hayan ido: familiares, amigos, simpatizantes, enemigos, todos mezclados en el mundo de los olvidados o, si acaso, el de los citados. Él quedará atrás y se mantendrá en pie por sí mismo en los portales donde otros que se han ido desde hace mucho tiempo ahora se hallan también. Será entonces que su contribución será reconocida, tal vez por nuestros nietos y los suyos, posiblemente por un mundo que ignorará las rutinas mundanas de su vida y se concentrará en la grandeza de su legado y escuchará al verdadero significado de sus palabras.

Eso ocurrirá tal vez cuando el resto de la humanidad haya realizado su visión del otro lado de la montaña que todavía no vemos. Como él dijo: “la longevidad tiene su lugar,” pero nosotros sabemos que eternidad fue su alternativa. Recordemos al Dr. Martin Luther King, el hombre de todos los tiempos que tuvimos la suerte que vivió cuando lo necesitábamos y nos dejó un legado de esperanza que podemos adoptar para vivir. Pero por encima de todo, que hayan otros que sigan sus principios y su ejemplo y no con palabras para los desayunos o los banquetes. La apariencia externa puede distraer a algunos de nosotros ahora, pero es la forma interior del alma la que cuenta y esa no tiene y jamás tendrá color alguno. Y ese es mi punto de vista hoy.

El Dr. Montesino, totalmente responsable por este artículo, es el Editor de LatinoWorldOnline.com y conferenciante del Computer Information Systems Department en Bentley College, Waltham, MA.
 

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