Editorial: Merecidos Premios Dominicanísimo

Según la historia, Lawrence fue un gran centro de procesamiento de lana hasta que esa industria declinó en los años cincuenta. El declive dejó a Lawrence una ciudad en dificultades. La población de Lawrence llegó a un máximo de 94,270 en 1920 y disminuyó a más de 80,000 residentes en 1950 y después a aproximadamente 64,000 residentes en 1980, el punto más bajo de la población de Lawrence

Durante los años 1845–1920, las comunidades de inmigrantes en Lawrence estaban compuestas de alemanes, irlandeses, italianos, franceses, canadienses, judíos, libaneses, polacos, lituanos, e ingleses, los cuales, paulatinamente, comenzaron a abandonar la ciudad.

A fines de la década de 1960, atraídos por viviendas baratas y un historial de tolerancia hacia los inmigrantes, inmigrantes de Cuba, República Dominicana y otros países latinoamericanos así como residentes de Puerto Rico comenzaron a llegar a Lawrence en números significativos.

A consecuencia de todo esto, los recién llegados inmigrantes se encontraron una ciudad donde no había trabajos, viviendas abandonadas, muchas destruidas por fuego, locales comerciales que surtían las necesidades de los antiguos clientes, al perderlos, cerraban sus puertas.

Poco a poco, la comunidad de nuevos inmigrantes tomó control de los pequeños negocios; comenzaron abriendo bodegas, donde se vendían productos que los nuevos residentes solo podían encontrar en ellas y compraron las casas que sus antiguos residentes abandonaron.

Abrieron salones de belleza, barberías, casas de cambio y envío de dinero al extranjero, panaderías, dulcerías, compañías de taxis, agencias de seguros y bienes raíces, compañías de construcción, plomería y electricidad, restaurantes y muchas otras compañías de servicio orientadas a la comunidad que sirven se han establecido y podemos asegurar, sin temor a equivocarnos, que la mayoría de estos negocios están en manos de dominicanos.

Por las razones expuestas, aplaudimos la creación de los Premios Dominicanísimo, idea de Milagros Domínguez y Santiago Matías. Era hora de que alguien reconociera la labor que los nuevos inmigrantes han venido haciendo todos estos años, especialmente los dominicanos.

Es difícil entrar en un establecimiento en Lawrence, cualquiera que este sea, incluyendo el Hospital General y no encontrar un descendiente de dominicano que lo atienda. Si usted asiste a una sesión del Concejo de la ciudad, de los nueve concejales, siete son dominicanos. De los tres Representantes Estatales, dos son dominicanos. Ellos han venido a llenar los espacios que los primeros residentes abandonaron por razones económicas.

Como en toda familia, siempre hay ovejas negras. Es de dominio público que entre los dominicanos buenos, los hay malos también que han decidido vivir al margen de la ley, dañando con su proceder la actuación de los buenos.

Confiemos en el Orgullo Dominicano, como bien dijera la Sra. Julia Silverio en su discurso de aceptación del Premio la Gran Dominicanísima 2019, “que dondequiera que haya un dominicano se refleje ese orgullo, en su labor, en su comportamiento y en todo lo que hace.